jueves, 4 de febrero de 2016

Acoso escolar.

No es la primera vez en los últimos treinta años que se suicida un alumno, o alumna, por sufrir persecución de algún o algunos, suelen ir en grupo, y tener un líder muy chulo él, compañeros. Esta vez, en Madrid, han saltado las alarmas de los políticos; ignoro por qué, pero menos mal que ha ocurrido. No pienso añadir nada a lo que se suele oír y leer; me vale con que se esté en contra y con que se intente hacer algo concreto para ayudar a los sufridores. 

Con todo, a mi me queda guardado en el fondo  de mi experiencia de veintiocho años dirigiendo un colegio, un vector más, del que no he oído nada. Adelanto un hecho que, por no ser de acoso personal, puedo, casi treinta y seis años después, relatar brevemente. A los diez o quince días de hacerme cargo de la dirección, entró como una bala en mi despacho el Jefe de Estudios, exigiéndome que le acompañara, porque un alumno estaba destrozando los azulejos de las paredes del vestuario del gimnasio; le acompañé intentando no correr como él. Llegamos a los vestuarios y dos profesores ya le habían detenido en su ataque  a los azulejos. Me acerqué; tenía en la mano una maza de las de los caballeros medievales: un mango, cadena de hierro y al final una bola con pinchos. Guardando en el bolsillo mi estupor, le advertí de que iba a llamar a su padre, y le rogué que me acompañara al despacho; en el camino, escaleras arriba, me dijo que su padre no le iba a decir nada a él, porque su padre llevaba una escopeta de dos cañones recortados en el coche. No termino la historia, porque me basta, para lo que pretendo, con lo contado. Era enero de 1982.

En todos los casos de acoso escolar, además de todas las medidas que se dice se van a poner en marcha, por favor, no olvidar nunca unas notas, aunque breves, sobre la familia del, o de los, acosador, para intervenir sistémicamente en la familia, en caso necesario.

Hay más perfiles o caras del prisma en este asunto del acoso escolar, al igual que en otras muchas facetas de la vida, y todas ellas concurrentes, por supuesto. Por ello no hay que olvidar que cada alumno o alumna introduce en el centro escolar correspondiente lo aprendido en su familia y, también, lo que  ha dejado de aprender en el seno familiar.

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