miércoles, 24 de septiembre de 2014

Muchos años después.

La obcecación intelectual, que acepta los esquemas vigentes sin discutirlos porque, entre otros argumentos, siempre nos encontramos con el hecho de que nadie lo discute. Me acabo de encontrar con una novedad, por lo menos para mi, que, tras más de dos meses en barbecho, me hace teclear de nuevo. 

Educar se concibe siempre, o casi siempre, como algo que los adultos debemos hacer con los infantes, los adolescentes y los jóvenes. Esta tarea asume la genética, por supuesto; pero como algo que puede discutirse, o "discernirse" en el sentido de diferenciar, separar; también asume el entorno (la construcción social de la personalidad); y, al final, se llega al acuerdo de que la genética es el 50% de la persona y lo "social" el otro 50%, y así se acaba, tras un chalaneo pseudointelectual, la discusión.

Tecleo de nuevo porque he encontrado a alguien que lanza otra solución, y transcribo unas líneas de su libro:

Sabemos que factores ambientales pueden alterar el cerebro, y a la inversa, que la química y la estructura del cerebro pueden determinar en parte el grado en las influencias exteriores pueden afectarnos. Una expresión podrá existir como sonido, como serie de signos en una página o como metáfora, pero naturaleza y educación son marcos conceptuales distintos para un único conjunto de fenómenos.
(la negrita y el subrayado son responsabilidad mía, no del autor).

SOLOMON, Andrew, Lejos del árbol. Historias de padres e hijos que han aprendido a quererse, Debate, Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.U., Barcelona, 2014, pág. 35.