martes, 31 de diciembre de 2013

Azuzando el debate.

(...) Antoine (Saint-Just) recibió en verano en la sede del Bureau de Police la carta de una maestra de escuela que, desde cierto departamento del sur, le exponía con sinceridad su preocupación por asunto al que a diario se enfrentaba. Los niños, sobre todo los de esa zona del país, estaban enormemente presionados en sus hogares a la hora de opinar sobre lo que les parecía al República. Lo mismo podía afirmarse de los temas religiosos. Sus padres y familiares, tradicionalmente y desde hacía siglos, veneraron la imagen del rey y la de Dios, así como a los representantes del clero, de manera que los chiquillos, al ser preguntados, se mostraban dubitativos, temerosos y a menudo angustiados en el momento de opinar. La epístola de esta maestra era larga y prolija en detalles. Saint-Just le contestó de forma escueta, apenas unos pocos renglones, pero en la esquela, a modo de despedida, decía: "Hay que fanatizar el corazón de los niños". Algo que Robespierre nunca se hubiera atrevido a manifestar, y aún menos a poner por escrito, pues de alguna forma siempre vivió anclado en prejuicios del pasado más reciente, incluido el lenguaje. Y ahí, entre los dos jacobinos, se abría un archipiélago de aguas coralinas, hermoso por fuera pero putrefacto por dentro.

Cierto que a Sebastien (autor supuesto sobre cuya escrito se basa el autor de la novela) esa frase de Saint-Just le pareció durante mucho tiempo demasiado radical, y por tanto la fanatización en cualquiera de sus versiones -cabría decir:forzoso adoctrinamiento-, pudiera llegarse a ninguna parte, o a ninguna buena. Pero con el transcurso de los años fue modificando su opinión acerca del tema, y lo hizo al darse cuenta de que, si bien podía parecer exagerada o contraproducente la determinación de fanatizar el corazón de los niños, que era algo así como manipular la inocencia de seres aún en plena formación física y espiritual, también resultaba obvio que, con la misma o incluso mayor intensidad a como la expresara Saint-Just, esos niños eran fanatizados desde la cuna por sus propios mayores en una labor de zapa que se llevaba a cabo con naturalidad y por mor de las sagradas, intocables tradiciones. También, evidentemente, con la excusa del cariño. De modo que para Saint-Just todo se reducía a una lucha a muerte entre dos visiones  del mundo, enfrentadas sin remedio e irreconciliables. Para él, los padres, los abuelos y quienes se hallaban en el entorno de los niños disponían del tiempo y las circunstancias óptimas para desnivelar la balanza a favor a su favor. Entonces ¿debía preocuparle sentir aquello? En absoluto.

Saint-Just, en ese sentido u otros, careció de complejos, mientras que Robespierre siguió padeciéndolos hasta su último suspiro. Fue al recapacitar sobre cuál pudo ser el fanatismo de los niños y adolescentes vendeanos, al visualizarlos mentalmente en su día a día, hogar y escuela, por ejemplo, cuando Sebastien se vio obligado a reconocer quizá Antoine, mediante tan demoledora sentencia, puso el dedo en la llaga sobre algo que el Incorruptible (Robespierre) ni siquiera se atrevió a plantearse: cómo debían ser los futuros ciudadanos de la República. "Hay que enfatizar el corazón de los niños", expresión en apariencia de tintes casi salvajes para mucha gente de ideas progresistas, en verdad solo reflejaba el estado de la cuestión: si esos niños eran fanatizados a diario en mil y un aspectos de su vida cotidiana, ¿no tenía derecho la República recién fundada a combatir tal situación con las mismas armas  que empleaban sus mortales enemigos utilizando a los más inocentes? Y la respuesta, por dura que resultase oírla, era sí.

Pero la Historia, impulsada por toda una jauría vengativa de memorialistas y académicos o aspirantes a ello, juzgó a Saint-Just e bárbaro e inmoral aceta, sin entrañas por frases como ésta, dando por sentado, de paso, que había un fanatismo positivo e incluso pedagógico anclado en las seculares tradiciones, la injusticia social y los prejuicios de clase, mientras que el otro era dañino y criminal, producto de una efímera pesadilla, que para ellos fue eso, sí, pero de apenas un lustro. Por suerte algunas palabras perdurarían tras la Revolución más allá de quienes las esgrimieron, y a Sebastien, pues, aquella frase brutal de Saint-Just llegó a parecerle la más acertada muestra de su pensamiento valiente, avanzado, transgresor. Cambiar el mundo significaba no quedar enfangados en remilgos y reservas morales. Significaba tomar lo mejor de la condición humana, los niños, y asegurar el futuro a través de ellos. Robespierre, con su modales áulicos y su particular apego a lo que consideraba normas básicas de la compostura social, no solo en lo referente a la urbanidad sino también ideológico e intelectual, nunca llegó a romper del todo su vinculación con ciertas rémoras de antaño. En cuanto a Saint-Just, aunque  quienes le detestaron siempre tildarían su actitud como de una insípida altivez, él hablaba en la lengua vernácula de un país y de una sociedad todavía inexistente. (...)

GARCÍA SÁNCHEZ, Javier, Robespierre, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2ª edición, febrero de 2013, páginas 925 y 926

sábado, 28 de diciembre de 2013

Se lo leería muy a gusto a Wert.

...No tenemos, pues, conciencia de que la literatura y los saberes humanísticos, la cultura y la enseñanza constituyen el líquido amiótico ideal en el que las ideas de democracia, libertad, justicia, laicidad, igualdad, derecho a la crítica, tolerancia, solidaridad, bien común, pueden experimentar un vigoroso desarrollo.

(ORDINE, Nuccio, La utilidad de lo inútil. Manifiesto, Acantilado, Barcelona, octubre 2013).

Añado, como ejemplo, las declaraciones de Soria sobre el asunto del precio de la electricidad. Ha dicho que el Gobierno ha intervenido el precio porque hay que defender el interés general, no los intereses particulares de la compañías eléctricas. ¿Por qué no vale el mismo argumento para la LOMCE y para la penalización del aborto? ¿Por qué no ha valido para las Cajamadrid, CAM, Bancaja y demás amigos? Si los ministros y su jefe recodaran algo de lo que, casi seguro, les enseñaron en sus colegios, a lo mejor tomaban decisiones distintas a las que nos someten cada día, bueno cada semana. Seguramente lo recuerdan, pero se han subido al carro de que solo vale lo útil: medido en euros, objetos de lujo, cargos y el prestigio social que da el cargo. Me gustaría, no de paso, sino adrede,  recalcar que la cita habla de enseñanza, no de educación.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Wert ha podido hacerlo, y nos ha podido.

Hace algunos meses que casi tengo abandonado mi blog sobre el sistema escolar y la educación, porque no es la misma cosa escolarizar y educar, y me he dicho muchas veces que es porque el tertuliano ascendido a ministro, que cuando abandone el ministerio por fin dudo que pueda volver a ser tertuliano, aunque sí, payaso, me ha podido. Es inútil explicarle algo a un necio, si usamos necio en su sentido etimológico: "que no sabe", y yo añadiría que, además, no quiere aprender. Me ha podido.

En El País de ayer, con una entradilla en la primera pagina, Juan José Millás me ha explicado mi impotencia, mediante una pieza titulada "Un ataque político a las formas de vida" (páginas 40 y 41). No doy el enlace porque  mi torpeza en la utilización de mi número de socio en El País, ha complicado y vetado mi acceso al periódico digital; si alguien puede proporcionar el enlace, se lo agradeceré durante años; tantos cuanto dure el desierto cultural y educativo y escolarizador, al que no está llevado el tertuliano ascendido a ministro con su "nesciencia" arrastrada hasta el BOE.

Solo voy a transcribir las últimas líneas:

"Tal vez los recortes que el Gobierno actual está aplicando  a la formación humanística y, en general, a la cultura, no sean el origen  de nuestras carencias educativas, sino su consecuencia. Lo hace porque puede. Lo hace porque nos puede. Nos puede porque nos hemos quedado sin discurso".

Necesito, y lo siento, transcribir también la entradilla de la primera página:



La cultura  garantiza puestos de trabajo, genera actividad económica en influye en el PIB. Pero todo eso es pura filfa en relación con los beneficios intangibles que proporciona. Ir al cine, escuchar a Beethoven, leer a Dostoievski o visitar el Museo de El Prado no son formas de consumo. Son formas de vida. En vez de señalar en los periódicos que este Gobierno recorta las ayudas económicas al cine, al teatro, a la música, a la educación, etcétera, deberíamos denunciar  que recorta las formas de vida actualmente existentes. "Desciende el número de formas de entender el mundo". "El Ministro de Cultura aboga por el monocultivo".

lunes, 16 de diciembre de 2013

¿Qué enseña un profesor?

En El País de hoy, pág. 31, titula unas declaraciones del rector de la UOC usando una de su frases entrecomilladas en el texto: "A veces el profesor enseña lo que sabe, no lo que el alumno necesita". Se refiere, directamente, a los profesores de Universidad.

Lo que quizás ignore, desde la Universidad, este rector es que esto no ocurre "a veces", sino siempre, porque no es posible enseñar lo que no se sabe. ¿Piensa, quizás, este rector que los profesores se guardan lo que saben? No es posible enseñar lo que se desconoce; como tampoco es posible enseñar desde estilos de aprendizaje  diferentes al, o a los, propio del profesor.

Si nos adentramos en la educación, no en la enseñanza, el asunto se complica, ¿no? Porque un profesor no puede educar más que desde su propia educación; lo fácil: no puede educar a ser honrado si él no lo es. Terrible responsabilidad la de aquellos que entregan a un profesor la enseñanza a unos alumnos, porque, además, aunque no quiera, además los educará desde su propia educación, no solo desde sus únicos conocimientos.

Tenía el blog dormido porque ya no me sentía capaz de atender al "pim,pam,pum" montado alrededor de la educación, la LOMCE, la universidad, y demás asuntos relacionados. Pero obviedades como la comentada me despiertan. Tengo tentaciones de cerrar este blog, y abrir uno nuevo abierto a todos los frentes, no solo a la educación, porque, como he dejado en un blog de amigos, "un gobierno libre explica sus acciones al pueblo", que es una frase de Saint Just hacia marzo de 1793.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Antes de volver a leer la LOMCE.

El 8 de octubre de 2012 se me ocurrió pedirle a Google que me enviara diariamente hasta 10 noticias, solo diez al día, sobre el fluir en los medios de la LOMCE. Hoy, 15 de diciembre de 2013, cuatrocientos veintitrés días después, tengo archivadas unas 2058 noticias. No cuadran las cifras porque Google no encontró cada día las diez noticias que yo le pedí.

No las he leído todas, ni mucho menos. Siendo sincero, no recuerdo haber leído ninguna; solo las tengo almacenadas como tales, "noticias sobre la LOMCE". Es posible que en este aspecto esté empatado con el ministro Wert, lo que no me consuela, porque él es el autor y defensor, y yo estoy en contra. Es decir, los dos seguimos con las manos en los bolsillos, empeñados, y él además encazurrado, en posiciones derivadas solo del texto de la ley. Sí sabemos que todos están en contra; la ventaja es que yo sé por qué, y no sé si el tertuliano ascendido a ministro sabe lo que está defendiendo.

Cuando empiece su aplicación me he prometido que volveré a leer la LOMCE. A lo mejor me parece casi nueva después de tanto meses sin leerla, sí, pero sobre todo porque la realidad está sobrepasando al propio ministro, que sigue suspendido por las encuestas, y muy suspendido, pero sigue enganchado, no sé si suspendido en el aire, al cargo.